6.3.07

Sobre Oscar Wilde (parte 2).

Completo mi reseña sobre Oscar Wilde (la anterior fue la de “El fantasma de Canterville”) con los cuentos “El príncipe feliz” y “El amigo leal”.
Estos textos, con estructura de fábula y moraleja, poseen en su ser la esencia trágica de la vida: todo termina mal, ningún final es el adecuado, la muerte nos toca a todos.
El primero cuenta la historia de la estatua del Príncipe feliz, hecha de oro y diamantes, que desde su altar ve todas las miserias de la ciudad, y que gracias a una golondrina amiga, brinda las pertenencias que la forman para salvar otras vidas.
“El amigo leal” cuenta, en forma de fábula dentro de otra fábula, la historia del pequeño Hans, un muchacho muy pobre que trabaja todos los días en su jardín, y el molinero, un hombre rico que se aprovecha de él en nombre de la amistad. Ambos finales, como ya he dicho, conducen al terrible destino de los protagonistas buenos de los cuentos.
Pero el asunto que me ocupa hoy, poniendo como excusa los cuentos, es el siguiente. A pesar de que Wilde también haya escrito comedias, como “La importancia de llamarse Ernesto”, a pesar de su figura extravagante y sus declaraciones ingeniosas, un hombre que desde su pedestal ve las miserias del mundo, un poeta, se encuentra con el irrefrenable impulso de tener que contarlas, de darlas a conocer, de llorar por ellas. Y obviamente que es necesario descargarse en algunos momentos de la vida, reír, olvidarse de todo, gozar, hacer chistes burdos, porque tampoco se puede vivir del llanto, pero nos bastan unos guiños para hacernos notar que no lo ha olvidado nunca.
Un hombre que sufre del alma debe reír. Un hombre que todo el tiempo tiene presente el terrible final debe por momentos olvidar. Quizá por fuera hasta pueda parecer otra cosa de la que es por dentro, pero cuando ese interior aparece, nos hace ver las cosas de manera diferente, vivir de manera distinta, pero también nos hace respirar tranquilos, sabiendo que el poeta no ha muerto, porque acaso sea el único ser que, a través de sus textos, pueda vivir entre nosotros por siempre.
Debo esta visión de la vida a Alejandro Dolina.

Ignacio Olguin.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Brillante esto ultimo que relaciona a Wilde con Dolina, filósofo muy de mi agrado

5:11 p. m.  

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