Hace muchos, muchos, muchísimos años, hubo gente que contaba historias: Aedos, bardos, rapsodas, juglares, trovadores, chamanes, griots, hakawati, fabulatori, cuenteros...Desde siempre, el ser humano ha vivido como necesidad el deseo de contar historias y con ellas recrear la experiencia, reconstruir el mundo y hacerlo más acorde con sus deseos.
Contar historias fue siempre un modo de transmitir valores culturales, visiones del mundo.Cuando la escritura y la lectura no eran bienes al alcance de todos, los portadores de la palabra, ante público de todas las edades, reinventaban el mundo, transmitían el saber de la época, hacían reír y llorar a través de leyendas, historias reales, poesías, canciones y cuentos.
Sus voces se escucharon con igual atención en palacios y plazas, en los caminos, en ferias y mercados o alrededor del fuego.
Pero, a medida que la gente aprendía a leer y escribir, la figura del narrador de cuentos e historias fue perdiendo importancia hasta casi desaparecer. Sólo en pequeños lugares sobrevivió la figura del cuentero y el arte de contar historias se mantuvo vivo. En un mundo y una época en la que la comunicación entre las personas es cada vez menor por causa de las prisas, el trabajo, el colegio, la falta de tolerancia y comprensión, contar cuentos supone una forma de comunicación en la cual, usando voz, cuerpo y palabra, el ser humano comparte con sus hermanos todo lo que realmente es.
La colega Gabriela Rodriguez me pasó este texto que apareció en el grupo de correo CHOIQUE; me encantó. Por cuestiones de espacio reproduzco solo esta parte con las disculpas del caso.Etiquetas: lectores, libros, narración oral, narradores
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