28.1.09

Los secuestradores de burros, de Gerald Durrell

Los secuestradores de burros, de Gerald Durrell

Los secuestradores de burros no es, a mi juicio, una novela excelente, ni tampoco la mejor de Gerald Durrell; pero permite pasar un rato entretenido con la aventura de los dos niños ingleses en su intento de ayudar a su amigo Yani. Es una novela un punto roaldahliana, en la que el mundo de los niños es bastante más sensato que el de los adultos y, además, hay algunos matices subversivos: el que sufrirá principalmente las consecuencias del secuestro es el alcalde local y para saber qué ocurre solo hace preguntarle… al tonto del pueblo, que no es poco listo, aunque casi nadie tenga paciencia para escucharlo. Las ilustraciones de Mabel Alvarez refuerzan, sin extremismo, el carácter satírico y burlón del texto.

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Y cuidadosamente [Yani] depositó el manojo de billetes delante del alcalde. De nuevo los vítores fueron ensordecedores, pero el alcalde, en lugar de alegrarse al ver que volvía a sus manos la mayor parte del dinero, parecía estar sufriendo una extraña alteración. Su cara normalmente pálida, color queso, se había puesto de pronto toda roja, a la vez que se le abultaban los ojos.
—¡Vosotros habéis sido! —gritó, poniéndose en pie súbitamente y apuntando a Amanda, David y Yani con un dedo tembloroso—. ¡Vosotros habéis sido!
Los aldeanos enmudecieron. Aquella nueva complicación del asunto no estaba prevista.
—¡Ellos se llevaron a los burros! —vociferó el alcalde, fuera de sí de ira—. ¡Ellos se llevaron a los burros para poder pedir la recompensa y dársela a Yani Panioti, y despojarme de mis derechos legales sobre sus tierras! ¡Estos son los «comunistas» que hemos estado buscando!
Los aldeanos miraron a los niños con ojos abiertos como platos. Hubo de pasar un momento hasta que asimilaron las palabras del alcalde, pero cuando al fin se dieron cuenta de lo que querían decir, ante sus ojos se descubrió toda la hermosura de la situación. El alcalde había recibido un trato ignominioso, había sido obligado a desprenderse de veinte mil dracmas, y Yani Panioti se había salvado, y todo gracias a la inteligencia de los niños ingleses. Fue Papa Nikos el que empezó, porque tan pronto como se le reveló toda la belleza del asunto soltó un relincho de risa que se habría podido oír a medio kilómetro. Cualquier otra multitud se habría indignado a la vista de lo que habían hecho los niños, pero aquellas gentes eran melisiotas y pensaban de otra manera. Todos los del pueblo se echaron a reír, y rieron y rieron sin parar. El alcalde rabiaba y vociferaba, pero al cabo de un rato lo tuvo que dejar porque en medio de aquel estruendo de carcajadas no le oía nadie.
Y fue así como los tres niños, con unos andares que tenían mucho de pavoneo, se abrieron paso por la plaza del pueblo entre los lugareños; algunos de los cuales se reían tan fuerte que casi no se tenían en pie, y regresaron a sus casas.

  • Los secuestradores de burros (The Donkey Rustlers, 1968), traducción de María Luisa Balseiro (1982), Alfaguara, 1982 (46.ª edición en 2005), con ilustraciones de Mabel Álvarez.

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