El fantasma de Canterville.
Los textos de Kafka tienen mucho que ver con el mundo del castigo y de la culpa propio de su doctrina judaica, como dijo Borges. La cucaracha de “La metamorfosis” es quizá la más fiel representación de esos sentimientos, y se podría afirmar que es él mismo. En “El fantasma de Canterville” pasa algo parecido con la idea del protagonista siendo el mismo autor, pero en forma de profecía.
De una gran agudeza satírica, “El fantasma de Canterville” relata la historia de una familia millonaria norteamericana que se hace acreedora del castillo encantado de Lord Canterville en Inglaterra, acusando su descreimiento de seres sobrenaturales. El fantasma que la acecha se llama Lord Simon, un ser que ha causado el horror a cuanta persona se ha acometido pero que, frente a una familia de la nueva aristocracia, lo menos que le hacen es tirarle cosas por la cabeza. Deprimido, decide dejar de aparecer para que no lo sigan molestando.
Aquí es cuando la profecía se hace luz. Nuestro querido Oscar Wilde gozó de un gran reconocimiento. Ya desde sus primeras obras fue un personaje muy popular y tuvo una prolífica producción literaria, pero ese reconocimiento no le duró para siempre, igual que al fantasma. Tras ser condenado en su país luego de perder un pleito, y cumplir una pena de dos años de prisión y realizar trabajos forzosos, tuvo que irse a vivir a Francia y de manera anónima, pero nunca dejó de escribir. No pudieron borrar la mancha de sangre; aunque usaran el detergente Ideal de Pinkerton, siempre estaba ahí.
Murió en París, y como Lord Simon tras esa desdicha final, pudo por fin descansar en paz.
Ignacio Olguin.